Estados Unidos tenía pocas opciones: en Canadá había pequeñas cantidades de Uranio, pero de muy baja calidad energética. La antigua Checoslovaquia estaba ocupada por la Alemania nazi, así que no era una opción. África era la solución más obvia, en particular el antiguo Congo Belga (actual República democrática del Congo), que poseía la mayor mina de Uranio conocida del mundo: las minas de Shinkolobwe, dirigida por la gigantesca empresa minera belga Union Meniere du Haut Katanga (UMHK), una compañía que empleaba trabajadores locales en un régimen de semiesclavitud, y a los que condenó a una muerte espantosa al ignorar los efectos de la radiación.